Es tan dulce mirarte
y hundirme en el delirio,
dejarme creer, sentirte.
Y besar. Y convertirme
en una nube, en una genio
atrapada en la pupila de tu deseo.
Es tan dulce saberme tuya,
en cada poro, en cada suspiro.
Aún cuando pienso en él,
aún cuando lo traigo a tu piel
para gemir su presencia
con tus manos en mi espalda.
Es una dulce hipocresía,
ataviada de mareas y de luna,
cambiante como los colores del fuego,
soñadora como las llemas de tus dedos.
Y yo exploto en alegría y cobardía,
encontrándome con su sal en mis mejillas.
Su recuerdo se diluye.
Al final la noche queda vacía
y vos y yo respirando
en nuestros cuellos,
añorando el abrazo efímero
de nuestra ilusoria cercanía.